El Capitán Veneno.
A mi abuelo Iván no le gustaban los curas, ni las monjas, ni los policías.
Iba a misa pero nunca comulgaba ni se confesaba. No le gustaban las promesas ni los sacrificios.
No era religioso pero era fiel devoto de La Virgen. Prendía velitas cada 7 de diciembre (día oficial de la virgen) frente a la virgencita de la gruta que él y mi abuela. construyeron en su jardín con cemento, piedras, conchitas, rosas y orquídeas.
No era religioso pero su generosidad no tenía límites.
Aún así, lo llamaban El Capitán Veneno. Parece que era tan furioso que hasta sus amigos le tenían miedo. Digo parece porque yo nunca lo pude comprobar, conmigo era más dulce que la jalea de guayaba que preparaba mi abuela, más dulce que la misma miel.
Me pasaba horas peinando su barba blanca y larga con mi cepillito de la Barbie, haciendo y deshaciendo trenzas en ella mientras él fumaba pipa. A mi abuela le decía “gata”, a mi mamá le decía “negra”, y a mi me decía “cosita fea” mientras nos abrazábamos eternamente. En sus brazos yo sentía que nunca nada malo podía pasarnos. Me sentía segura, chiquita y protegida.
Su amor era tan grande que a veces pienso que fue la persona que más me quiso en la vida. Nunca me regañó.
Era el hombre más bello del planeta tierra. Franela blanca de algodón debajo de su camisa de leñador, incluso en Valledupar, donde moríamos de calor, y ese porte, mi abuelo era una estampa. Olía a una mezcla de recién bañado, espuma Gilette de afeitrar, a ropa recién planchada y a picadura de tabaco.
Cuando mi abuelo murío me quedé con su ruana y su chaleco, no dejé que nadie nunca los lavara, todavía hoy 30 años después de su muerte, hundo mi nariz en ellos buscando aunque sea un pedacito de su olor.
Conozco cada milímetro de su cara de memoria, su huequito en la frente parecía hecho con un clavo y un martillo, frente ancha, nariz de águila, pelo gris engominado cada mañana con gomina verde que deja el pelo seco y tieso como un palo liso para atrás. En esos ojos verde azul infinito me perdía yo y se perdía cualquiera.
Mi hermano Nicolas y yo esculcábamos a diario los cajones de su escritorio, llenos de cajas y cajitas que contenían pequeños tesoros. Tenía una cajita para todo. Navajas de todos los estilos, tamaños y colores, lápices, picadura de pipa, de tabaco, encendedores, linternas, apuntes, contabilidades hechas a mano, letra preciosa. Orden sistemático e impecable. Eso sí, teníamos que asegurarnos de poner todo de vuelta en su sitio.
Su carpintería otro universo inagotable. Montañas de aserrín por toda parte, olor a Sacol, a Colbón madera, el ruido ensordecedor de la sierra sinfín, la caladora, los clavos, clavitos, tuercas, tornillos, arandelas y todo tipo de herramientas en cajas de cartón dentro de un cuartito donde la luz colgaba de un cable a foco pelado. Ahí jugábamos mientras él trabajaba. Mi abuelo construyó todos los muebles de su casa y también una casita en el árbol para nosotros.
Fumaba Pielroja sin parar, igual que mi abuela, y se quedaba dormido en la cama con el cigarrillo en mano, su cobija llena de huequitos de cigarrillos que se caían cuando él cerraba el ojo y se apagaban sobre la cobija de “piel de durazno” (poliester 100% inflamable 500%). Paredes, techo, suelo, armarios, todo de madera construido por él, ¿cómo no se incendió la casa con todos nosotros dentro?
Amaba más que nadie la navidad, llenaba de pólvora el cuarto de costura de mi abuela, con gruesas (docenas de docenas) de voladores, tacos, papeletas, mosquitas, pilas, chispitas mariposa, no cabía una pólvora más en ese cuarto. Pólvora al por mayor. Y mis abuelos siempre con un Pielroja entre los dedos. ¿Cómo no se incendió la casa con nosotros dentro? ¿Cómo no explotó? Nos enseñó desde muy chiquitos a tirar pólvora de su mano y no se tomaba ni un trago hasta que habíamos quemado toda la pólvora de cada noche.
Ponía villancicos desde noviembre, sus favoritos eran los españoles, El tamborilero de Rafael, El portalín de Piedra de Victor Manuel, Campana sobre campana, los peces en el río, Julio Iglesias, Richard Clayderman, Los Charchaleros, Chavela Vargas, Los Visconti, Maria Dolores Pradera, Silva y Villalba, el tocadiscos de mi abuelo sonaba permanentemente. Mis lagrimales se activan por reflejo cuando oigo esas canciones porque esa música es mi abuelo.
Un día cuando yo era muy chiquita a mi abuelo lo secuestraron en la selva y no hubo promesas.
Estuvo meses sin ver a ningún ser humano que no fueran sus secuestradores, la selva era tan tupida que pasaban días en que no veían ni el sol. Se alimentaba de plátano, serpiente (si estaban con suerte) y mojojoy.
¿Qué puedo contar de lo que es un secuestro para una familia? Milagrosamente, después de meses lo encontraron un 7 de diciembre, el mismo día de la Virgen a la que él le prendía sus velas, y pudo volver a casa. En los huesos, asustado, paranóico, aterrorizado, como cualquier ser humano que ha pasado por los horrores de un secuestro, como tantos secuestrados de este país, muchos que nunca volvieron, pero él volvió, y eso era lo único que importaba.
Desde ese día, en la casa de mi abuela se prendían 2mil velitas cada 7 de diciembre. No por promesas ni sacrificios, sino por agradecimiento eterno de volver a estar juntos.
Venían todos los vecinos, familiares, amigos, amigos de los amigos y todo el mundo era bienvenido a prender ese montón de velas. Pero mi abuelo tenía su logística. Repartía palitos de madera para hacer los huecos en el jardín. Luego se clavaban las velas. Una vez terminábamos y oscurecía empezábamos a prenderlas. Pero siempre llovía y teníamos que prender sobre mojado, trabajo doble, pero éramos demasiado felices. Era el día más feliz del año. Todo el año esperando y soñando cuándo llegará el 7 de diciembre, era un sueño ver todas esas velitas prendidas, como una alucinación, todos nos quedábamos mudos ante semejante belleza en algún momento de la noche, entre bulla, música, trago y pólvora. Era una noche mágica de mucho amor y luz. De mucha bulla y a la vez silencio interior. Era una noche de agradecimiento porque estábamos juntos.
Cuando la casa de mi abuela se vendió, mi mamá arrancó la Virgen y su Gruta y se las llevó a su casa. La virgen está manca porque le falta un brazo, se le borró la cara, mi mamá dice que está muy fea y muy vieja, pero yo le hice prometer que un día, la Virgen y su gruta vivirán en mi casa. La voy a pintar, la voy a maquillar para que quede bien linda y coqueta, y le voy a hacer una manito de papel maché para que. nunca se le caiga su niño. Porque esa Virgen salvó a mi abuelo del secuestro, nos salvó a todos de morir en mil posibles incendios y explosiones, y nos salvó también de muchas cosas más.
Los árboles nunca volverán a ser. nuestros, pero la virgen… ojalá esté mucho tiempo con nosotros y nos acompañe siempre.