Depresión Posparto 2

Catalina Estrada Uribe
5 min readSep 30, 2020

English version here

Muerte y Nacimiento parte 2

El camino al Hospital de Vall d’Hebrón se hizo eterno. Sería imposible volver a otra cita en ese lugar, demasiado lejos, demasiado complicado llegar, no lograba retener la ruta en mi mente, iba acostada en la silla de pasajero mientras Pancho conducía.

Apenas entré al antiguo pabellón de enfermería, ahora unidad de psiquiatría, tenía el corazón a mil y sentí vértigo al entrar en el ascensor de puertas metálicas, viejas, ruidosas y torpes que se cerraban con una agresividad que aturdía. ¿Cómo podía la fealdad de un lugar dolerme tan hondo? Cómo podía ser tan desolador un hospital? Sentía que entraba en un manicomio de la posguerra. Alguien leyó alguna vez. “Los renglones torcidos de Dios” de Torcuato Luca de Tena? Yo lo había leído a los 14 años y de inmediato esa. sensación me invadió, empecé a temblar de miedo pensando que estaba cayendo en una trampa y me dejarían ahí para siempre.

Siendo un hospital público era normal que la sala de espera estuviera llena, pero el. Dr. Bruguera, no me hizo esperar, me recibió en su pequeño despacho con una mirada amable y silenciosa. Entré desconfiando de él por ser hombre. Empezó preguntándome sobre mi pasado pero yo no lograba conectar con la persona que había sido antes y tenía que mirar a Pancho para que me ayudara a responder, yo misma no sabía quién era ni quién había sido.

Después de oír mis respuestas y ver cómo hablaban mi cuerpo, mi cara, mis ojos, mis manos, mis dedos, me dijo suavemente que teníamos que empezar un tratamiento contundente, no podía seguir así. Siempre en voz baja, lenta, suave y mirada serena. Tras oírme un rato largo, dijo tener claro que lo mío era una depresión posparto, que llevaba mucho tiempo sin atenderse debidamente. Él, siendo jefe de psiquiatría, dijo que tenía que derivarme con un especialista en postparto que me podría ver el lunes. Sentí más miedo. Otro hombre, otro desconocido. Estábamos a miércoles. Empezaría tratamiento ese mismo día y él quería verme de nuevo en dos días para ver cómo reaccionaba a los medicamentos.

Quería que me dijera que iba a salir rápido de esto, con alguna pastilla, sus palabras me atravesaron como una estaca, llevaba meses sabiendo que no estaba bien, pero me negaba a admitir que estaba tan enferma. Ahora es fácil mirar atrás y entenderlo todo, en ese momento mi cerebro y mi vida eran una nube borrosa. Eso es la depresión: la negación, la mentira y la traición a uno mismo. El auto sabotaje.

No pude mantenerme sentada, me bajé de la silla, me arrodillé y me acosté en el suelo, en esas baldosas frías, heladas, feas y viejas, como todo en ese hospital. No lograba mantener nada de mi cuerpo en vertical, necesitaba contacto tierra, estando en el suelo sentía que no podía caer más abajo, y estallé en un llanto de miedo mientras me abrazaba a mi misma en posición fetal. El Dr Bruguera mantenía la calma y me decía que entendía cómo me sentía.

Me hablaba desde su silla. Pancho y él sentados, yo un despojo de mujer acurrucada en el suelo llorando y pidiendo ayuda sin poder hablar. Dijo que yo necesitaba descansar, que debía tener paciencia porque el tratamiento tardaría un tiempo en hacer efecto y le respondí que no era posible, que tengo dos hijos, mucho trabajo, que no logro dormir, que no puedo descansar. Que no puedo ni pensar en pasar un día más de mi vida así.

Dijo, Catalina, si tu no logras descansar en tu casa yo te abro un campo y te quedas aquí mientras te hacen efecto los medicamentos, no me sobran camas, pero te encuentro una como sea. Pregunté cuánto tiempo. Dijo que no lo sabía, tal vez unos días o algunas semanas. Una parte de mi quería aceptar su oferta porque no quería volver a casa, no quería que los niños me vieran así, no quería verlos y sentir su carga de nuevo sobre mí. Sentía asfixia. cuando los veía, claustrofobia cuando se acercaban, cuando los oía llorar o cuando necesitaban algo de mí. La sensación de ser la peor madre del planeta y querer salir corriendo sin saber a dónde. Huir de mi propia vida.

No quería seguir siendo esa esposa insoportable que llamaba a Pancho llorando cada vez que salía a dar sus clases, le rogaba que volviera ya mismo a casa porque no era capaz de estar sola con los niños. No quería ser esa mamá inerte que no tiene energía para nada, que se arrastra por el suelo y que vive con miedo permanente. Me odiaba como mujer, como ser humano, tenía mucha rabia conmigo. Sentía que mi vida era un error continuo, que todas las decisiones que había tomado eran equivocadas, haberme hecho tantos tratamientos invitro para tener dos hijos que ahora no era capaz de cuidar, ni soportar. Agotamiento extremo. Quería sólo una cueva oscura y silenciosa donde meterme.

Pero si me quedaba en esa cama que él me ofrecía… pensé en los gritos de las camas vecinas, de gente que estaría peor que yo, y del miedo que iba a sentir en ese lugar tan feo, que seguro en la noche sería un infierno de gente gritándole a sus demonios en la cara. A lo mejor si yo pasaba la noche ahí también gritaría a todo pulmón.

Les rogué a él y a Pancho que por favor no me dejaran allá, que yo me quería ir a casa. Me dijo tranquila, véte a tu casa, empieza el tratamiento, intenta descansar y siempre puedes volver aquí si lo deseas. Si ves que allá no puedes descansar yo te abro un campo aquí siempre que lo necesites.

Llegué temblando a casa y me fuí andando como pude a la farmacia, con mi fórmula que más parecía una lista de mercado, 7 pastillas al día entre ansiolíticos, antidepresivos, hipnóticos. No pude mirar al farmaceuta a los ojos, el mismo que me vendía cada semana todo tipo de medicamentos para dormir, cualquier cosa que no necesitara. prescripción, que yo misma me auto recetaba, seguro él ya había detectado la depresión en mi cara hacía meses. Ahora tenía en sus manos la confirmación médica de que estaba loca. Él, como quien vende pechugas de pollo me entregó mi bolsita llena de cajas y me fuí a casa a enfrentarme con el ejército de medicamentos. Ese mismo día empecé el tratamiento.

--

--